José Luis Ortiz Nuevo es un estudioso del flamenco con un carácter pluridimensional: escritor, politólogo, organizador de la Bienal de Sevilla, y ahora actor, tal y como demostró ayer con la obra “Por dos letras”, una conferencia escénica basadas en su libro “Las mil y una historias de Pericón de Cádiz”. Ortiz Nuevo, que detesta que le llamen flamencólogo, aporta su visión sobre el estado del cante jondo, el purismo y la raíz de este arte universal.
–¿Por qué su espectáculo (conferencia escénica) es flamenco si en él no hay cante ni baile?
–Ése es el reto y el desafío de la representación, en tanto que son historias de la vida del cantaor Pericón de Cádiz, de su memoria y fantasía. El arte flamenco está presente en la medida que aparece la base social que lo integra. Una de las fuentes de este montaje es el momento en el que Pericón empieza su vida profesional, y las juergas no eran tanto en los reservados de las ventas y los colmaos, sino que se vivían en los coches de caballos, dando vueltas en ellos por toda la ciudad, y sólo parando en esos sitios para repostar. Pienso que la facilidad narrativa de este hombre para contar historias tenía que ver en las formas en las que se divertían los señoritos y cómo aquellos artistas aliviaban su garganta de tanto cante contándoles toda suerte de historias. Era una manera de ser flamenco sin cantar.
– ¿Puede estar en la línea de los chascarrillos flamencos que hemos visto a Chano Lobato en sus conciertos?
– Aquí las historias no son un tiempo de distracción entre los cantes, sino que son la parte central del monólogo. La manera, el ritmo y el compás es la esencia del juego dramático que estoy planteando. Hay una sola voz, pero a través de ella desfilan muchos personajes e infinidad de historias. Y sobre todo, una doble visión de la vida –tragedia y alegría– pasando de una a otra sin darnos cuenta.
– Pero eso es la propia esencia del flamenco...
– Por fortuna, y sin que suene a presunción, tengo testimonios de gente que ha visto la obra varias veces y en unas les suena a tragedia y otra destacan más su lado cómico. Noto, además, que hay momentos en las que la risa se congela por ese salto súbito de lo trágico a lo cómico.
– Usted habla de la raíz dolorosa del flamenco. ¿Se han notado esos cambios en los jóvenes cantaores?
– Todavía no existe perspectiva suficiente para comprobarlo. Pepe el de la Matrona decía con 87 años que “el flamenco tiene dos fuentes: la de la alegría y la de la tristeza”. Mientras existan esas dos sensaciones el flamenco seguirá vivo, siempre que haya músicos que lo interpreten y gente que lo siga.
– Algunos críticos e incluso cantaores dicen que ya no existen maestros como los antes.
– Claro que hay músicos. Ahora mismo hay dos artistas geniales que han entrado en el umbral de la madurez: Paco de Lucía y Enrique Morente. Ellos dos son las fuentes más valiosas para entrar en el flamenco del siglo XXI. Desde mi punto de vista, el flamenco es un arte de síntesis, no es algo que surge de la nada.
–¿Se puede entender de igual forma el flamenco aquí que en los ámbitos donde se genera?
–Desde luego, éste es un arte con una capacidad de comunicación universal.
–Muchos cantaores dicen que se sienten más respetados que en su propio entorno a la hora de actuar.
–Puede ser porque hay más silencio, expectación y curiosidad en la medida de que es algo extraordinario y no consustancial, como sucede en otros lugares.
– ¿Por qué tiene Morente tantos detractores?
–No hay hombre que tenga más afición por los cantes antiguos que Morente, lo que pasa que para hacer sus creaciones hace falta contar con su veneración por lo más rancio y luego capacidad de creación sobre eso para alumbrar nuevos caminos. Observo que se ha creado en el mundo flamenco una cierta conciencia de conservacionismo a ultranza y parece que lo único válido para algunos sea la reproducción de los cantes del XIX.