viernes, 7 de enero de 2005

Doña Rosa Passos y los meninos de Brasil

La solista bahíana dejó un excelente concierto en Riojaforum en el que destacó una sólida banda de jazz y un repertorio cálido, elegante y frugal

Rosa Passos es una especie de Ella Fitzgerald nacida en Bahía; una encarnación mestiza de Billie Holliday pero sin ese aire canalla de aquella diosa afroamericana consumida por el opio, la heroína y la desesperación de los garitos de Nueva York, donde reinaba como una criatura inalcanzable y voraz.
Es cierto, Rosa Passos hace una música blanca y cristalina, pero teñida toda ella del sinsabor del jazz unido a las puestas de sol de Copacabana o quizás de Ipanema, playas que es probable que existan; algunos dicen haberlas visto en postales y los más osados se pavonean de haber nadado en sus límpidas orillas, quizás a lado de Rosa Passos cuando camina entre la arena sonsacando notas para entreverar su, a veces, frugal ragtime.
Rosa Passos deleitó ayer en una sala que creo que debutaba para esto de la música (y con nota, por cierto) y desde el primer momento dejó claro la clase de concierto que había venido a dar: la estela de Gilberto, Jobin y Chico Buarque se hizo presente a través de una formación poderosa, llena de músicos virtuosos que fueron dando paso, después de momentos plenos de profesionalidad, a eso que se llama sentimiento y que cuando aflora en el jazz rompe como en muy poquitas músicas más. Y es que el grupo de la Passos cuenta con dos intérpretes excepcionales: el batería, que es capaz de cosas, se diría que inverosímiles, sin mover ni un tanto así la mejilla y el hijo de la solista, que se hizo con el bajo, y que tuvo algunos momentos mano a mano con su madre repletos de magia y emotividad. Ella, con la guitarra tomada por el lomo, chasqueandola y haciendola sonar a guisa de improvisado cajón y él, con el contrabajo y dictando una especie de compás con la garganta –en la mejor estela de Bobby MacFerrin– que entusiasmó a un respetable que a esas alturas del concierto ya estaba plenamente entregado.
La gala duró dos horas y dio tiempo suficiente para que repasara casi todos los registros por los que ha venido desarrollando su carrera desde los años 70. La influencia de Joao Gilberto –su músico de cabecera– se dejó notar a lo largo de toda la actuación y dio tiempo a que llegara un guiño al eco más hispano con el ‘Bésame mucho’ a la brasileira, en tono de saudade que también hizo temblar a los espectadores, que a esas alturas estaban entregados tanto al juego de voz de la dama bahíana como a la contundencia de un grupo que fue a mejor en cada tema, como en la inspirada ocasión en la que el saxo tenor, en un feliz diálogo con el teclado, se mordieron literalmente las uñas mutuamente para romper al final en una feroz competencia con el hijo de la señora y ese individuo de la percusión que sin duda ha frecuentado tanto los conservatorios de jazz como las escuelas samberas de Carlinhos Brown. Qué tío. Y casi sin moverse.
Actual se dio la mano una vez más con el jazz. El pasado año fue en el Bretón y con el ‘Cruce de Caminos’ de Gerardo Núñez. Concierto aquel para guardar en la memoria junto con éste, porque Rosa Passos, una amable señora, es capaz de hacer una música elegante, repleta de inspiración y se deja acompañar de una banda de meninos –así los definió ella– cuando los definió como los mejores músicos do Brasil.